The Mesmerist and Mathias
martes, 30 de junio de 2015
Beccaria y los ilustrados radicales
Siguiendo el magnífico proyecto de Michel Onfray, de rescatar del olvido a los pensadores marginados de la historia oficial, platónica o idealista de la filosofía, el lector puede seguir los pasos de algunos filósofos de la ilustración francesa abiertamente ateos, materialistas y hedonistas, que fustigaron el fanatismo religioso y monárquico de la época: D'Holbach, Meslier, Diderot, y el acaudalado amante del placer, Claude Adrien Helvetius. El utilitarismo de Helvetius es patente en su primera gran obra, Del espíritu, un voluminoso texto plagado de reflexiones ingeniosas y anécdotas históricas y sociológicas, que lleva al empirismo inglés a sus máximas consecuencias ("juzgar es igual a sentir"), al igual que el relativismo moral que ejemplifica en divertidas historias. Fue Helvetius una de las influencias del famoso Beccaria, siendo palpable el utilitarismo profesado por el francés en la obra del italiano, De los delitos y de las penas. Todo lo útil es bueno en sí mismo, solo el interés personal guía los juicios de los hombres, y el placer y el dolor son móviles inmediatos de las acciones y omisiones humanas (Nietzsche se regodeó con esta filosofía en Humano, Demasiado Humano). Según esto, para Beccaria la pena debe ser útil, producir un efecto en la sociedad, ser pronta y proporcional al daño producido, y disuadir del delito a los futuros delincuentes.
Beccaria fue objeto de elogios en los principales salones de la ilustración europea. Invitado a París al salón de D'Holbach, compartió con los principales personajes de la emergente intelectualidad parisina. Un ambiente de discusiones radicales, vehementes y ampulosas sobre la religión, la autoridad del rey, las frivolidades de la nobleza y las ciencias y las artes en general. Dice Philipp Blom en su excelente libro, Gente Peligrosa, que este ambiente de personas que lo doblaban en edad no fue del agrado del joven italiano, un hombre introvertido, sereno, católico y amigo de la conversación sosegada. Por lo demás, su obra, aclamada por toda Europa (adorada por Voltaire, cronista de algunas infamias judiciales), fue mirada con cierto desdén por Diderot y Grimm, quienes al parecer no se mostraron entusiasmados por una obra que no les convencía, y que les parecía que desprendía un pronunciado aire de ingenuidad y poco realismo. Por cierto, no todos los ilustrados rechazaban la pena de muerte: Diderot y D'Holbach no compartieron ese sentimiento de abolición de la pena capital.
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